El síntoma como mensaje
Hace tantos años cuando era alumna universitaria tuve una profe de Psicología de esas que te hacen sumergir en la materia, tanto para adherir a la teoría, como para cuestionarla. De esas profesoras que hacen que te quieras quedar y que confirmes cada vez, que lo que elegimos como profesión comience a tener sentido… suerte la nuestra, de quienes transitamos los 3 primeros años de la carrera bajo su guía.
Un día ella trae una teoría y un caso a analizar que propone una mirada del síntoma o de la
enfermedad, que va mas allá de lo biológico, que une vivencias, historias, sentires, con rastros y huellas en el cuerpo, con enfermedades determinadas. Propone lecturas e investigaciones de obras compuestas por autores que se han atrevido a hablar del todo, a salir de la mirada cartesiana, del dualismo; y comenzar a entender en principio la Psicosomática… El primer impacto fue cuestionar, y no entender cómo una enfermedad que cumple un ciclo biológico de deterioro y muerte, puede tener que ver con un estado de la psiquis y con experiencias vividas… confronté esta idea y me resistí. Pero luego tomé las sugerencias de mi docente y busqué información, conseguí libros de Chiozza y Gladys Tato y me arrimaba a ella después de las clases para pedirle repartidos que hablaran de alteraciones que me interesaba leer. Y así fue que de a poco me fui identificando y me atraía tanto esta mirada.
Leí “La enfermedad como camino” y más ampliamente entendí. Comencé a entender aún más la propia disciplina que estudiaba, la Psicomotricidad. De qué hablamos cuando hablamos de Cuerpo, cómo es que sus producciones vienen dadas por la psiquis. Y desde entonces me fui interesando por la Psico y su motricidad; fui avanzando en la carrera ya fijando una postura y descartando otras..
Luego vinieron años de búsqueda, de lectura, de escuchar conferencias que definen la bio-
neuro-emoción, la bio-decodificación y por supuesto completar la idea de sistema. Ya no veía a un sujeto con su psiquis y su cuerpo solamente, sino también a un alma y su sistema. Miradas concéntricas; algo así como la imagen de esa figura que se forma en el agua cuando cae una piedra: un círculo dentro de otro, y éste dentro de otro, y éste de otro, y de otro…un sistema dentro de otro…
El síntoma es un agente denunciante, es quien viene a traer la información necesaria para entender mas allá de lo que decimos o somos conscientes; nos completa, expresa algo que está en nosotros, pero no podemos ver ni decir; nos hace sinceros. Entonces si lo apagamos, lo adormecemos y no lo escuchamos, ¿cómo encontrar la solución? Adormecer un síntoma por ejemplo sería re-educar, tomar un calmante o simplemente encontrar nuestros propios mecanismos para no dejar llegar, para deflectar. Si la tristeza sirve para separarnos, para despedirnos de una persona, situación o lugar, pero la evitamos; entonces seguramente seguiremos unidas a esa persona que se fue, a esa situación que quisimos tanto, pero ya no es, o a ese lugar al que ya no pertenecemos. Si no nos entregamos a la tristeza del duelo, si no dejamos llegar ese sentimiento tan necesario, seguramente queramos ir detrás de quien se ha ido, dando lugar a una enfermedad que llegue para cumplir el deseo inconsciente. Abrirnos al síntoma es muchas veces entrar en crisis, y toda crisis exige una evolución.
Ahora miremos al sistema familiar con estos ojos… un niño que presenta un síntoma, trayendo a la luz aquello que ha permanecido en la sombra; tal vez situaciones que el sistema no ha podido ver, tal vez un secreto familiar, tal vez un excluido de la familia, tal vez simplemente una falta de reconocimiento … quién sabe; aquello no dicho, no visto, no sentido por los anteriores; entonces podremos mirar al síntoma del niño como algo que vino a completar el sistema. Tendremos que decodificar y darle sentido, para de ese modo liberar al mensajero.
Cuando hablo de niño, en realidad me refiero a cualquier miembro del sistema y no
necesariamente al niño cronológico.
Hay tanto más por entender; por descubrir; por integrar! Pero hoy quise mirar ese momento donde mi intención cambió de rumbo, cuando la concepción científica y biológica comienza a virar, integrando nuevas miradas, ampliando, expandiendo fronteras. Allí me encuentro.
Hoy quiero reconocer a Anita, mi profe de Psicología, con quien hemos recorrido los más amplios estadios juntas: de una relación docente-alumna, a compañeras de trabajo, con quien compartimos horas de intercambio, tratando de encontrar la manera óptima de ayudar a las familias que nos demandaban atención; hoy unidas en una amistad que honro y agradezco.