Adolescentes
Anoche en mi última consulta mirábamos juntas con Ana, la madre de Sofía - de 14 años- su problemática familiar, su preocupación, su accionar como madre y como pareja. Hicimos un viaje, yo como acompañante, desde el centro de su corazón hacia un lugar un tanto más allá, donde poder mirarse “de afuera”, lo más objetivamente posible; porque cuanto más alejada del núcleo, se puede ver mejor la totalidad. Pero ¿por qué era necesario mirar de lejos? pues para entender y poder despojarse de prejuicios hacia ella misma y hacia su hija. Sofía tiene conductas autodestructivas, se castiga a sí misma, despertando en sus padres además de preocupación, tensiones entre ellos y la pregunta ¿qué hicimos mal?. Para Ana es difícil mirarse amorosamente cuando ve a su hija sufrir y sin poder integrar hábitos saludables, y entonces comienza un repaso de todo lo que ha dado y sostenido desde su rol jerárquico, dudando de sí misma.
Para nuestra generación, es un desafío acompañar a hijos que son el resultado no solo de lo que han tomado de la familia, sino de un mundo que no es el mismo que habitamos a la edad de ellos. Se nos hace difícil comprender el contenido y la información que consumen a través de la cibernética, los juegos, las aplicaciones, las series y todo ese submundo donde los mensajes son órdenes y la naturalización de hechos cuestionables, hace que el adolescente confluya con ellos para pertenecer.
Podría entrar en detalles de otras consultas adolescentes donde se ve también el nivel de incidencia que tiene el hecho de consumir ciertos juegos y aplicaciones, que han actuado como primado negativo en los cerebros de los usuarios. Por ejemplo, plataformas a las que hay que responder cumpliendo con ciertas “misiones”, como le pasó a Pedro, otro consultante que vivía en California y era parte de un juego donde una de las consignas que debía cumplir para avanzar era “vandalizar”, y lo que hizo su grupo fue irrumpir en su colegio y hacer destrozos, porque esto significaba “tarea cumplida”.
¡Qué desafío resulta acompañar, comprender, dialogar y sostener a un ser que es la intersección de ambos mundos! El que nos contuvo a nosotros y el que les ha tocado a ellos.
Sofía lleva una terrible culpa por haber desilusionado a sus padres con sus conductas, los ve perfectos y ella se percibe “mala hija”. El autocastigo regula y compensa su culpa; no encuentra la forma de pertenecer a ambos mundos porque en uno se siente “mala'' y para ser parte del otro debe seguir ciertos mandatos que tienen su costo. Se desata un conflicto de pertenencia donde decidir, la pone entre la espada y la pared, ya que no puede elegir…
Hoy hablo de Sofía como ejemplo de lo que está sucediendo en tantísimas familias. Hace muchos años trabajo con adolescentes y sus familias, pero jamás he visto lo que hoy percibo en el consultorio; son muchas las consultas que se parecen en cuanto al pedido desesperado de padres que necesitan saber cómo ayudar a sus hijos; hijos que se lastiman, que hablan de ideas suicidas, de miedos e inseguridades desconocidas.
Son muchas madres que al igual que Ana se preguntan en qué fallaron, muchos padres que cargan con culpas y muchas familias que se dividen como consecuencia del cansancio generado.
En estos tiempos es necesario el diálogo, la comprensión, la mirada amplia, pero sobre todo, saber que como padres hacemos lo que podemos desde el amor, con las herramientas, la comprensión y el nivel de consciencia. Saber que NO has fallado como madre, como padre; sentirte así te debilita, te quita fuerzas para facilitar el entorno seguro que necesita tu hogar, la familia, tu hijo y tú mismo.
La expiación de la culpa es una dinámica frecuente que se da para compensar el peso que se carga. Si hice algo “malo” e inaceptable que pone en riesgo mi pertenencia, si herí a quienes amo, entonces merezco un castigo. “solo así me sentiré aliviado y digno de esta familia”. Echar luz a estas dinámicas será de gran utilidad para frenar y revertir situaciones de este tipo que se dan repetidamente y poder actuar con confianza. Las dinámicas que operan ciegamente, nos dejan sin la posibilidad de mirar la totalidad, sin juicios y responsablemente.
Es un buen momento para buscar apoyo, armar redes de contención tanto para padres como para niños y adolescentes. Espacios donde poder mirarse y verse reflejados en otros, dialogar y ser escuchados.
Es momento de contrarrestar cualquier fuerza externa ajena al amor, que muchas veces se cuela sin que nos demos cuenta y termina actuando como neuromodulador en el cerebro de nuestros niños y adolescentes.
Es momento de cuestionar, informarnos, confiar en nuestra sabiduría y actuar, sabiendo que se puede; porque como dice la canción, “el amor es más fuerte”.
¿Cómo sería actuar desde el amor en estos casos? Entre las muchas formas del amor, un buen camino sería la reconciliación de ambos mundos, pues si intentamos excluir uno de ellos, negarlo o batallarlo, estaríamos agravando el conflicto. Abrir los ojos, ver la realidad, el contexto y su trama para caminar junto a nuestros hijos acompañando, sosteniendo, alertando, y también aprendiendo. Aunque todo cambie y se modifique, aunque el mundo virtual actúe silenciosamente, siempre seremos los más grandes y nuestros hijos los más chicos, y ese lugar jerárquico es el que necesitan que ocupemos.
